EL REENCUENTRO



Estaba bajo la ducha perdida en mis pensamientos mientras el agua resbalaba por mi cuerpo llevándose todo el cansancio y las preguntas sin respuesta inmediata. Escuché cómo entraba un whatsapp en mi teléfono, sería algún amiga para preguntar alguna cosa, o tal vez alguno de los grupos que de momento podía esperar, fuera lo que fuera no era el momento para suspender el placer de sentir el agua caer desde la coronilla hasta lo pies en un descenso perfecto y reparador. Volvió a sonar otra vez insistente la campanita, la próxima vez le quitaría el sonido al endiablado teléfono pensó.

La cosa parecía insistente pero por otro lado no debía ser grave, para las cosas graves sonaba directamente una llamada. Así que la ducha continuaría hasta que terminara.

Unos minutos después, con la calma que había decidido adoptar para acabar el día entró en el salón y localizó el móvil abandonado a su suerte desde hacia unas horas. Esto se dijo era una clara adaptación de la ley de Murphy  "el numero de mensajes es proporcionalmente más alto cuanto más ocupado se está y más imposible es contestar", en la pantalla entre otros aparecía uno de un número que no tenía registrado así que se apresuro abrirlo con curiosidad, por un momento fugaz pensó que podía ser.., pero no, ya le había dicho que no le apetecía acercar el contacto.

En un "click" resolvió el misterio, en la pantalla apareció un “toc-toc” y seguido de ese mensaje una pregunta “¿podemos vernos esta semana?”. No había duda, era él que por fin había decidido romper los miedos y barreras impuestas. Se apresuró a escribir “por supuesto, me encantará. ¿Te viene bien el martes?”, pulsó enviar y sonrió.

Esperó la respuesta sin soltar el móvil, sabía que no tardaría y así fue, un hermoso sonido de campanillas le anunció la respuesta, abrió el mensaje “Sí, me viene perfecto, decide tú el lugar y la hora, yo tengo toda la tarde libre”. Le dejaba a ella la elección del escenario y por un segundo pasaron por su cabeza varios lugares que consideraba especiales, que invitaban a hablar y encontrarse. 

Decidió uno y le envió la sugerencia, él aceptó, conocía el lugar y la hora era perfecta. Ya estaba hecho, el martes se reencontrarían a las 6 de la tarde y aunque sabía lo que podía esperar era imposible evitar la emoción de encontrarse con alguien a quién esperaba, con quien podía ser un poco más ella sin ocultar falsos estereotipos y sin ningún tipo de prejuicios, capaz de expresar lo que sentía y como se sentía en ocasiones.

Esa capacidad de empatía me resultaba fascinante porque me permitía estar cerca y lejos de cada sentimiento, de cada pensamiento, de cada experiencia.

Mi mente se perdió por un momento por intrínsecos recovecos que me transportaron en un erizar de piel a un recuerdo vivo que podía palpar, aquella magia que desprendían sus manos al tocarnos, aquel aire fresco con una sonrisa cuando nos entregábamos a lo incierto, aquellos besos con sabor a sal, el reflejo de unos ojos llenos de planes para nosotros, mis manos que siempre tenían más caricias, sus manos que siempre quisieron acariciar más, nuestros cuerpos que sabían encontrarse más allá del deseo y el amor, escenarios para comernos a besos hasta el día que sin saber cómo... nos perdimos.

La nostalgia cuando llega se nos agarra fuerte a las entrañas nos vuelca la vida, nos hace preguntas que nos sabemos responder y trae arrepentimientos que tal vez sean inciertos, porque se anclan en un recuerdo muy particular que no siempre es compartido porque la intensidad de dos personas que se amaron nunca es la misma, la percepción cambia y el sentimiento se hace más chico o más grande según los momentos en que fuiste feliz, por eso no dejo de pensar en las cosas de las que quizá me arrepentí, me arrepentí de perderle, me arrepentí de no besarle a tiempo, me arrepentí y hoy me arrepiento de cada caricia que deje escapar entre mis dedos, me arrepiento de haber ahogado mis sueños, me arrepiento de las noches en las que no te ame lo suficiente, me arrepiento de haber volado, de haberte dejado ir, me arrepiento de haberme rendido.

El martes llegó y esa mañana un pequeño arrebato de emoción pausada se instaló en su estómago, le acompañó todo el día y aunque le permitió concentrarse en su trabajo y quehaceres, la mantuvo ilusionada hasta las 6 de la tarde. Se había propuesto llegar pronto, no sabía que hacer si esperar sentada en una mesa en la terraza tomando café, o entrar con él y elegir mesa, se quedó con lo primero pedir un café y tratar de relajar la espera mirando las maravillosas vistas de aquella terraza tranquila donde habían pasado tantas tardes. 

Le pareció verle llegar en su coche, aparcar y bajarse, podía ser o no tenía dudas, pero por la hora tenía que ser él, recordaba sus andares, su sonrisa malévola, su ojos...no podía verlos iban envueltos en unas gafas de sol. Cerro el coche dirigiéndole una mirada y una cierta sonrisa de nervios. Se levantó se acercó con gesto de pregunta, había pasado tanto tiempo se quedo quieta como queriendo decir “¿eres tú?” pero no llegó a pronunciar palabra, él asintió mirándola y sonrió plenamente. Se acercaron, a ella le latía el corazón más deprisa y no podía entender por qué de pronto le invadieron los nervios, él trataba de aparentar calma pero luchaba por controlar el arrebato de sus propios nervios que le producían sus miedos. Ella sabía que un abrazo lo calmaría todo, lo cambiaría todo, así que abrió los brazos y él se acomodó en ellos, la tranquilidad comenzó a hacer efecto, el calor deshizo los temblores y la sonrisa se pintó en sus rostros.

Eligió una mesa tranquila donde pudieran hablar y disfrutar de las vistas, le brindó el mejor asiento, desde el que podía ver mejor el maravilloso paisaje, él se acomodó a su derecha. Ella suspiraba intranquila, aún quedaban restos de nerviosismo agarrados a su estómago pero con un gesto de él se iban disipando. 

La conversación fluía, las sonrisas eran sinceras, los rostros eran los de siempre, pero las palabras la forma de entender y sentir era conocida y admirada. Se iban reconociendo, eran ellos, los mismos que se habían dedicado halagos, que se admiraban y que habían compartido retazos de sus vidas. 

Él reparaba en su mirada, ella sonreía, hablaba, transmitía… él trató de traspasar la magia de sus ojos, de descubrirla y ella mantuvo el contacto acompañado de un silencio parlante. Sólo ojos, sólo miradas y así la vio más clara, más ella, más auténtica, la tomó de la mano, ella aceptó el contacto y sorprendentemente notó que los nervios que la habían martirizado innecesariamente ya no estaban con ella. 

Todo estaba ahí, nada había más allá. Hablaban y las horas pasaban, las ganas de que el tiempo brindara una tregua, un pequeño receso de su marcar segundos y horas… y así seguir descubriendo dos almas que respiraban acompasadas, sin disfraces, libres para saber y ser, dos almas que se entendían desde lo más hondo, desde las raíces, dos personas que debían cruzarse irremediablemente por lo que eran y por lo que tenían para compartir.

La despedida llegó inevitablemente, y allí en la calle se fundieron en un abrazo largo, un abrazo donde se perdieron para encontrarse para estar "sólo ellos" en el mundo…un abrazo de los que duran, de los que aparcan miedos y dudas, de los que traen calma, se miraron antes de separarse, retuvieron el rostro en la memoria, encajaron las piezas de un puzzle incompleto, sonrieron y se despidieron con promesas de volver.

La noche  y la luna se acomodaban en el cielo, y cada uno recorría su distancia a solas hasta su hogar, con esa sensación agridulce de haber sentido y vivido algo, de haber comenzado algo que su cabeza y su corazón reconocieron como especial.

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