LA HISTORIA PROHIBIDA


Historia escrita por Jose Luis MONTOYA.
Esta historia no estaba escrita hasta ahora en ningún lugar, y sucedió hace mucho, mucho tiempo a la sombra de los muros de la Alcazaba en los tiempos de los moros.
No está escrita porque se prohibió hablar y escribir sobre ello bajo penas de prisión, e incluso la muerte. Se ordeno olvidar todo y que nunca más se volviera a hablar o relatar tales acontecimientos.
Pero ya sabéis como somos los humanos, siempre en lo más recóndito de una pequeña fogata, tendemos a contar historias, y esta eran tan grande que no iba a ser menos, aunque eso sí, solo en murmullos y a los muy allegados, que a su vez lo relataron a otros y estos en secreto a otros más, pasando sin quererlo de generación en generación hasta hoy en la que en esta paz os lo relato yo a vosotros.
Ella se llamaba, bueno la verdad es que el miedo a ser castigado hizo que nunca se pronunciara su nombre, para así de una forma infantil, si eran descubiertos, poder decir que se hablaba de otra persona, o que simplemente era un cuento de otras tierra traídas por los barcos de mercaderes y soldados que arribaban a la bahía, pero según dejaban entrever, su nombre significaba El rayo de la Luna. 
Cuentan los antiguos, que ella era tan bella, tan bella como la luna llena en una placida noche, que sus ojos tenían la oscuridad más profunda, y el misterio más difícil de resolver.
Qué era tan bella que su sola presencia turbaba a todo el mundo, y que su simple andar ya encogía los corazones. 
Si, cuentan los antiguos, que su belleza era tal, que el mundo se rendía sin luchar ante su belleza.
Era grácil como las gacelas, y cuentan que cuando paseaba por los jardines de la Alcazaba, con que solo acariciara una simple flor, esto valía para que los hombres llegaran a casi perder la vida luchando por tener dicha flor. Y es que ciertamente era bella, la más bella, dolorosamente bella.
Cuentan que solo por verla venían de tierras lejanas a traer ofrendas al Califa, y solo unos muy pocos eran los afortunados de verla danzar, entre alfombras y velos, y que después no podían conciliar el sueño durante días y días, turbados por sus movimientos y la oscuridad de sus ojos y cabellos.
Cuando danzaba el mundo se paraba, no había nada más, y ni la misma brisa se atrevía a moverse. Era la preferida del Califa. Su tesoro más preciado, su joya más exquisita.
El Califa daba gracias a Dios cada día por ser tan afortunado, eran unos tiempos relativamente de paz, con prosperidad, y gustaba de su Alcazaba y su posición.
Era querido, si el Califa era querido, o al menos eso creía, pero ya sabéis como son las cosas, siempre uno mismo es el último en enterarse de todo, y la belleza de su preferida, hacia soñar a todos los hombres cada noche y mirar hacia las almenas.
En las placidas noches de verano, las gentes aprovechaban para dormir más tarde, y salían a las puertas a tomar el fresco que circulaba entre las estrechas calles de la Al medina. Estas estaban bulliciosas cada día y en la noche, aunque había gentes todas guardaban silencio para escuchar la música que venía de las murallas. Sabían que ella danzaba, y todos imaginaban sus movimientos, con los ojos cerrados y suspirando.
Por las mañanas todos se agolpaban disimuladamente en las puertas, para intentar preguntar cómo fue la danza esa noche, sobre cuál era el color del velo, y cualquier otro detalle. Los soldados que hacían guardia esa noche, los que habían visto, así como los que no, contaban en secreto detalles y eran premiados con monedas. Si, en el fondo, casi todo tenía un punto de unión en aquellos tiempos, y ese punto era ella. Ella y su belleza y misterio infinitos.
Tanto se extendió su belleza, y cada uno que la conto quería expresarla de tal magnitud, que al traducirla a otras lenguas, o a cada vez, aún más bella la describían, haciendo que el ultimo en escucharla muriera por ver tan exquisita flor del paraíso.
Llego a los oídos de diferentes reyes, y grandes hombres de su tiempo. Llego incluso a los oídos de Roma, que después de haber escuchado, deleitado y deseado, exclamaron que solo podía ser un engendro del demonio, algo malo y maligno que traería la ruina al que la mirase o pensase en ella. Pues alguien de tal belleza y gracia, solo podía ser cosa mala.
El Califa, llego a estar tan orgulloso de su trofeo, que solo la contemplaba, llego a ser algo tan especial, que olvido simplemente amarla, y llego el día que solo la exhibía como un trofeo de caza.
En la guardia del Califa, se cuenta que estaba Amed, este era un joven soldado, famoso por su especial valor y arrogancia. Había escalado rápidamente en el escalafón gracias a sus incursiones contra los piratas que de vez en cuando se acercaban a las costas, llegando a ser famoso y temido entre estos. 
Amed, también soñaba con ella, si con la sin nombre pues los siglos y el miedo a ser castigados ha hecho como ya os he referido que nadie la nombrase por su verdadero nombre, quedando este en el olvido del pasado. Solo sentirse cerca del Palacio ya lo turbaba y hacia que sus manos sudasen copiosamente, con imaginar pasar cerca de ella.
Una noche que estaba revisando la guardia, paso cerca del lugar donde estaban las mujeres del Califa. Oía que reían dentro a traves de una ventana, y que se escuchaba una especie de melodía y voces suaves dentro.
Suspiro por imaginar la escena y siguió paseando entre la oscuridad.
Se dice que fue un pájaro en la noche, otros que la casualidad, otros que simplemente tenía que ser, el caso es que a los pies de Amed, cayó una flor, una flor esplendida de suave perfume. Este la tomo en sus manos, y sin saber cómo, en una especie de acto sin pensar, trepo por el muro y la deposito en la ventana. 
Cuando bajo, sus piernas temblaban, y su corazón quería salirse de su pecho. No se explicaba que había hecho, como lo había hecho, y sobre todo ¿Por qué lo había hecho?. Eso podía significar como poco el destierro, y la pérdida de todos sus bienes. Eso sin llegar a mirar dentro de las estancias, ahí, ya la pena de muerte y de mil muertes seria simplemente poco.
Se alejo rápidamente hacia el muro exterior donde se apoyo tembloroso e intentando poner sus ideas en orden, cuando su armadura rozo con la piedra del muro haciendo un ruido que aunque no mucho, a él le sonó como mil trompetas, o los gritos de la batalla más grande.
Quedo quieto, dejando pasar los segundos, esperando una voz que le identificara, o que se diera una alarma, intentando pensar que excusa poner si alguien lo había visto, que decir, o que expresar.
Pasaron los segundos, los minutos, y nada sucedió, todo seguía en silencio, y la noche transcurría en la más absoluta tranquilidad.
De pronto un sonido, el abrir de una ventana y un velo que se asoma a la noche. 
El se pego, o quedo petrificado a la sombra del muro, temblando, pero sin poder quitar los ojos del umbral de la ventana que se había abierto.
Casi sin verla supo que era ella, si ella, la más bella entre las bellas, la más bonita entre las bonitas, la esencia de las mujeres en una sola, y su corazón latió como nunca, pues en ese momento, era solo para él, su visión solo la tenía él, y eso era el mundo entero.
Vio como una fina mano salía y tomaba la flor que él había depositado allí. Miraba sin poder hacer otra cosa ante tal embrujo, y vio que la flor era acercada a sus labios, olida, y acariciada.
Entonces la luna, caprichosa, o simplemente celosa ilumino donde Amed se había refugiado, dejando brillos de su armadura, que destello como las tranquilas aguas de la bahía.
Ella se debió de dar cuenta, y alejo la flor de sus labios, mientras miraba hacia donde Amed estaba, otra vez cubierto por las sombras.
Pasados unos instantes, la ventana se cerro, y Amed creyó con ello que se cerraba su vida. Que la alarma sonaría inmediatamente, y que moriría sin remedio en ese mismo instante.
Pensó en lo frugal de su vida, en lo rápida que había sido, y a la vez llenándose de valor ante lo que venía, pensó que la vida, le había premiado con una última mirada, y un momento de soledad con ella. Y eso, bien merecía lo que ALA desease para él.
Quedo allí esperando, ya rendido a su destino, pero pasaron los minutos, y tal vez incluso alguna hora, pero no pasó nada. La ventana se había cerrado pero ni un solo rumor había surgido de la oscuridad.
Amed quedo desconcertado, sin explicarse que mágico misterio era este que la noche le tenía y que jugaba con él. 
Se fue alejando poco a poco, mientras miles de ideas, pensamientos y detalles recorrían su mente a velocidad imposible de explicar.
Una vez bajo a la zona donde estaba la tropa, y ya entre las fogatas de los soldados, se sintió más tranquilo, confundido entre los demás.
Le saludaron varios de sus amigos, y le invitaron a sentarse a compartir fuego y charla. Como un autómata se sentó con ellos, pero su mente no estaba allí. Es cierto que estaba más tranquilo, pero solo pensaba en lo acaecido hacia unos instantes.
En eso recordó la flor, si la flor que había encontrado, la de tan exquisito olor. ¿Qué había sucedido con ella?, Era lo más preciado que podía conseguir, algo acariciado por sus labios, por sus manos. ¿Dónde estaba?, ¿Dónde estaba la flor?.
Se levanto como un resorte, dejando mudos a sus compañeros, y sin decir nada, se alejo en la noche hacia la puerta principal vigilada fuertemente. 
¡Abrid!, Soy Amed de la guardia personal del Califa y he de hacer una comprobación en el muro exterior. 
¿Solo? Pregunto el centinela del portón exterior?. 
Si, solo, es que acaso ahora un guardia del Califa necesita de niñeras?
Dicho esto dio un paso hacia el portón, que fue abierto por los centinelas.
Bajo la larga escalinata hacia el exterior, y paso por donde los mendigos y mercaderes se habían acomodado para pasar la noche y estar en puesto privilegiado a la mañana.
Amed anduvo por la muralla, calculando el punto por el cual si ella había arrojado la flor podía haber caído. Sonrió mientras caminaba, pues en sus cálculos mentales, intentaba hasta aplicar la deriva producida por la brisa, y recordaba a su maestro de tiro cuando le explicaba como acertar con el arco.
Paso por el muro mirando y mirando, pensando que una flor de un color tan especial e intenso tenía que verse a simple vista si fue dejada caer desde la ventana del palacio.
Pensó también en que lo mismo había podido quedar enganchada en el muro. Dios, tantas probabilidades, y tan pocas certezas. Solo la de que debía encontrar dicha flor, que guardaría como su mejor y más importante tesoro. Algo que ella había acariciado y rozado con sus labios.
Pasó buen rato mirando por todos sitios, sin ver nada, cuando vio unos jinetes acercarse. Venían de la zona de Bayana y traían noticias para el Califa.
¡Qué sorpresa encontrar aquí a un miembro de la Guardia!. Me podéis llevar a ver a nuestro Señor?. He de darle una importante noticia que no puede esperar a la mañana.
Amed, acompaño a los jinetes mientras en su cabeza pensó en que volvería a mirar con la luz del día. Más tranquilo.
Sin mucho más volvió a sus aposentos donde apenas pudo conciliar un poco el sueño.
A la mañana siguiente, despertó cansado por la vigilia, y todo lo sucedido, y pensó que posiblemente solo hubiese sido un sueño, nada más que un sueño.
Una vez dio las instrucciones para el día a la tropa, salió hacia el muro. 
Ya los mercaderes empezaban a instalar otra vez sus tenderetes, y la gente empezaba a despertar.
Paso varias veces como meditativo por todo el muro sin encontrar nada, y dando vueltas a la cabeza sobre que podía haber sucedido con su flor, con su preciado tesoro.
El resto del día ya entre una cosa y otra, olvido un poco el tema, e incluso llego a conformarse a sí mismo con que eso era lo que Ala quería, y eso debía de ser lo escrito.
En el fondo se sintió feliz de su pequeño secreto, y sonrió para sí mismo, sintiéndose, con esa pequeña aventura, feliz. El más feliz, el más dichoso, pues no la tenía a ella, pero si algo secreto de ella. 
Llego la noche, y aunque intentaba distraerse en otras cosas, su mente estaba fija, en esa ventana, en ese recuerdo de su perfil a la luz de la luna, y en el gesto de tomar la flor.
De pronto una idea cruzo por su mente, era una locura, lo sabía, si lo sabía, pero tenía que comprobarlo, necesitaba hacerlo.
Se acerco con cuidado hacia el muro, y allí se despojo del peto metálico, colocándolo entre unas piedras. Y con cuidado empezó a trepar otra vez hacia la ventana.
Cuando sus manos llegaron allí, las paso con cuidado por el filo, y si, si, allí estaba la flor. Dio una y mil veces en su cabeza gracias a Dios por tan enorme suerte y tesoro, y tomándola se deslizo por el muro.
Una vez abajo, y ya alejado, miro la flor, quedando petrificado, pues de la flor prendía un pequeño trozo de velo de color azulado.
Amed no sabía cómo sentirse, pues todos los sentimientos se le agolparon de golpe, pensando una y mil cosas. Sobre lo que podía haber sucedido.
Pensó que posiblemente al cerrar la ventana un trocito de su velo se había rasgado quedando prendido por casualidad en la flor, pero al mira con más detalle, vio que el velo estaba atado con un pequeño nudo.
Ya no había dudas, ella lo había colocado allí, y él tenía ese tesoro.
Volvió a la zona de los soldados, y paso a sus aposentos sin mirar a nadie, solo deseando estar solo para poder aclarar sus ideas y pensar en lo sucedido. Necesitaba poner orden en la locura en la que estaba su cabeza y su corazón.
Una flor tocada por ella, y un trozo de velo del que ha envuelto su cuerpo. ¿Podría haber más fortuna?.
Esa noche durmió como nunca lo había hecho, con la flor pegada a su pecho, embriagado de su fragancia que persistía y con ese trocito de velo que ella había llevado en su cuerpo.
A la mañana siguiente, lo primero que al abrir sus ojos hizo fue tocar su pecho, y comprobar que todo no había sido un sueño, y si, allí estaban las flor y el trocito de velo.
De pronto un pensamiento lo lleno de miedo, pensó que lo mismo alguien lo había descubierto aquella noche, y que ante la imposibilidad de saber quién era por la oscuridad, había tendido esa trampa, para en la revista, buscar quien tenía esa flor con el trocito de velo. El temor se apodero de él, y pensó ciertamente en hacerla desaparecer. Que no le pillaran con semejante prueba encima que le costaría irremediablemente la vida misma.
En eso sonó la llamada para formar la guardia, pues el Califa iba a salir hacia Pechina, por donde gustaba de vez en cuando pasear, y hacerse de querer por las gentes.
Amed quedo allí unos segundos, decidiendo sobre la vida o la muerte, entre salir a formar con la flor y el trocito de velo y posiblemente ser descubierto y ejecutado allí mismo, o deshacerse de todo y vivir.
¿Qué hacer?, en eso el recuerdo de la silueta de ella volvió a su mente, su belleza, sus gestos suaves tomando dicha flor, y decidió que ese recuerdo bien valía una vida, su misma vida.
Guardo todo otra vez junto a su corazón, y tomando sus armas, salió al patio.
Lo sorprendió un día claro y radiante, y el alboroto de los caballos del cortejo que se preparaban. Nada paso, nada fuera de lo normal, y cuando apareció el Califa, incluso este estaba de buen humor, bromeando sobre lo nerviosa que estaba su magnífica yegua lujosamente engalanada en la que montaría instantes después.
El resto del día transcurrió en Pechina, donde fueron recibidos en un estado de semi fiesta. 
El Califa entro a la villa de uno de sus más ancianos consejeros, que vivía un poco a las afueras junto a las murallas más lejanas y allí paso el resto del día, mientras Amed, se sentía feliz, el más feliz del mundo y daba gracias una y otra vez a Ala, por su misericordia y su bondad hacia él.
Había decidido entre la vida y la muerte que le guardara el destino esa mañana, y estaba escrito que era la vida, y la felicidad más grande.

Habían pasado un par de días sin novedad aparente, cuando esa noche Amed estaba de guardia. Ese día habían llegado unos altos mandatarios desde Córdoba, y el Califa organizo para ellos una suntuosa fiesta en el patio del palacio.
Esa noche los músicos tenían que estar en la máxima plenitud de sus notas, ya que ella, si ella, iba a realizar una de las danzas más bellas y difíciles que había.
Amed, reviso cada punto y cada sitio de los centinelas puestos a su cuidado, y disimuladamente, mando revisar con más fuerza el muro que daba a la bahía, para evitar que se pudiesen acercar las gentes por fuera y con sus voces o murmullos estropear los actos.
Esto le permitió al desplazar a dos de los centinelas, poder él estar cerca de la zona donde se iba a realizar la danza.
Cuando llego el momento, ella salió después de una suave melodía que empezó instantes antes.
Un murmullo de exclamación sonó en los asistentes al verla salir. Su cuerpo menudo, de piel ligeramente oscura, sus cabellos negros como el azabache, y sus ojos del negro más intenso y radiante, rompió todos los corazones de los allí presentes.
Amed agarro con fuerza su tesoro que estaba al lado de su corazón y suspiro también maravillado con los movimientos de ella.
Ella, dicen los antiguos, que no danzaba, sino que volaba sobre el suelo, y que su cuerpo era igual a la más sigilosa de las serpientes y a la más grácil de las gacelas del desierto.
Mientras duro la música, nadie se apercibió del tiempo, y cuando ella desapareció en un segundo, todo el mundo quedo quieto y mirando, pues sus mentes no estaban a la misma velocidad de los hechos. No podían asimilar tanta belleza, ni tan maravillosa danza.
Después el Califa dio una palmada que pareció sacar a todos del embrujo, produciéndose a continuación como un respiro, como un salir del trance. 
Maravillosa, maravillosa, Ala es grande y bueno contigo Califa, repetían todos una y otra vez.
El Califa contento por haber impresionado de tal forma a sus visitantes sonreía complacido, y ya imagina la vuelta de los emisarios a Córdoba, y el revuelo cuando lo describieran.
Era su noche de Gloria. Se propuso al día siguiente rezar aún con más énfasis a Ala, y volver a darle gracias por su fortuna y felicidad.
La fiesta siguió hasta altas horas de la madrugada, pero ya ella no apareció, y Amed, perdió el interés por lo que le rodeaba, pensando en que estaría haciendo en esos momentos. 
Se dio cuenta que su corazón latía por ella. Nunca había visto ser más bello, y también como el Califa, se sintió feliz y dichoso por haberla contemplado aquella noche mientras danzaba.
Cuando todos se fueron retirando, Amed, se acerco a la ventana, y quedo allí contemplándola. La noche era suave y el fuerte calor del día estaba siendo suavizado por una suave brisa que llegaba del mar.
En ese instante, vio algo que le paro el corazón. Desde la ventana, una mano salió y busco por encima del muro. Después una cabeza se asomo un poco y quedo mirando al cielo, y extendió sus manos hacia él.
Amed, la miraba maravillado, sin moverse. Ella, si ella, allí solo con el cielo estrellado, sus manos hacia las estrellas y el aire que hacia mover suavemente su velo.
Pensó que pocas cosas podían ser tan lindas de contemplar en el mundo.
Al poco la figura desapareció de la ventana, y Amed miro a su alrededor, encontrando diferentes flores de los jardines, pero ninguna era como la que llevaba en el pecho. La saco y la contemplo otra vez. A pesar de los días y de llevarla dentro de su pecho, la flor seguía teniendo frescura y aroma, es más el en si olía también a la flor como percibió al sacarla.
¿Será una flor encantada?, El caso es que nunca había visto ninguna igual ni recordaba perfume similar.
En ella seguía el trocito de velo.
Entonces Amed soltó un amarre de sus ropas realizado con el más fino cuero traído de las tierras de Sevilla por mercaderes y lo ato junto al velo en el tallo de la flor, como prueba de unión eterna hacia ese maravilloso recuerdo y esos instantes de infinita felicidad que el destino le estaba dando.
Fue a guardarla otra vez junto a su pecho, y bueno, ya sabéis como son los hombres enamorados, simples juguetes de los sentimientos y de los vaivenes de sus mentes.
El caso es que Amed trepo otra vez por el muro, y coloco la flor con sus dos ataduras sobre la ventana.
En ese momento el alba anunciaba el amanecer, y se alejo del muro de palacio feliz, muy feliz.
Ese día anduvo contento, muy contento, hasta sus mismo compañeros se lo notaron y bromearon con él sobre si es que se había enamorado en alguna de sus visitas a pechina o a la Al-medina.
El, solo les sonreía, y decía que Dios es grande, y que la vida era maravillosa.
Y bajaba su cabeza como gesto de humildad, pero solo él sabía el motivo, el olor, el maravilloso olor de la mágica flor que estaba cambiando su mundo, y su ser.
Al llegar la noche se deslizo otra vez a la oscuridad del muro de palacio, donde contemplaba la ventana, y ya entrada bien la noche, la ventana se volvió a abrir.
Otra vez ella, si ella, la más bella entre las bellas, la estrella más luminosa de todas, ella.
La vio asomarse y mirar a un lado y otro, se ve no lo aprecio pues la oscuridad bañaba donde él estaba mirando. Entonces vio como sacaba otra vez la flor a la luz de la noche, si, la misma flor, y la depósito en el mismo sitio, o al menos eso le pareció. Después saco los brazos y los volvió a extender a la noche, a las estrellas. Y después desapareció.
El en ese momento volvió a trepar, y al pasar la mano por la ventana, allí estaba, si allí estaba la flor. La cogió con cuidado y volvió a bajar sin hacer ruido.
Al llegar abajo busco un claro para mirarla, y vio que su lazo hacia desaparecido, y otro trocito de velo estaba en su lugar.
En eso una dulce voz lo llamo, miro hacia todos lados, si hacia todos lados menos hacia donde él sabía que había salido aquella suave llamada. No quería mirar hacia arriba, y aunque quería huir, tampoco se movió.
Schihhhhh, schihhhh, ¿Quién eres? Pregunto, por favor acércate un poco que te vea mejor.
Amed dio un par de pasos como poseído y miro hacia arriba, viéndola asomada y mirándolo.
¿Quién eres? Volvió a preguntar.
Amed mi señora, soy Amed. Su más fiel servidor y esclavo. Perdóneme por favor señora, perdo…
No pudo terminar la frase, ella había levantado la mano en un gesto claro de ordenarle guardar silencio. Y después dijo, Pensé, no sé qué erais la otra noche un ladrón o algo peor, y a punto estuve de dar la alarma, pero algo me freno. Y después al encontrar la flor pensé que había sido el aire que la había traído, pero cuando la misma flor volvió con vuestro lazo, ya pensé lo mismo me queríais hablar, y esperaba ansiosa la llegada de estas oscuras horas para saber quien erais.
Amed no podía creer lo que oía, ni en sus más ilusos sueños y desvaríos hubiera pensado algo así. Ella la más bella de las bellas hablándole.
-¿Cómo habéis llegado aquí para colocar la flor otra vez?, Esto está muy alto y peligroso le pregunto.
Mi señora escale, no me fue muy difícil la verdad. Contesto Amed.
-Mostrármelo, replico ella.
Amed, sin pensarlo se encaramo otra vez por el muro hasta cerca de la ventana, solo podía llegar hasta que sus manos se agarraban al filo donde había puesto la flor.
Y entonces se dio cuenta de que estaba más cerca de ella que nunca, y bajo la cabeza sin saber que hacer o decir.
Dejadme que os vea, por favor contesto ella. Amed levanto la mirada, y por primera vez sus miradas se encontraron en la silenciosa noche.
Los sentimientos que allí se dieron, bueno, os los podéis imaginar, o al menos los que alguna vez os hayáis sentido enamorados al menos por un instante.
Pasaron allí un buen rato, en el que él apenas podía decir nada, y ella le preguntaba y preguntaba sobre cómo era la vida fuera de aquellas murallas, sobre cómo era estar fuera de aquella jaula de oro y alfombras en la que ella estaba encerrada. Sobre que había más allá de las sierras que al fondo se divisaban, y como era la vida real de las gentes, si eran felices o desdichadas.
Amed se acomodo un poco mejor en el muro y contestaba como podía a la avalancha de preguntas que le venían como mejor podía, y se dio cuenta que nada podía ser como ella, ni como aquel instante, que sus ojos oscuros y brillantes, su risa ante algunas de sus contestaciones, y la fragancia que desprendía, era lo más cerca del paraíso que se podía estar.
Estuvieron así buen rato, casi hasta la madrugada, y después se despidieron antes de que el sol se asomara.
Ella quedo sonriente y él con sus últimas palabras.
-Vuelve mañana, te esperare, deseo seguir hablando contigo, que me digas como es todo, que mi vida es pobre y triste aquí encerrada, que cuando danzo no danzo, solo intento agarrar los rayos de la luna y por ellos escapar de esta soledad que me amarga.
Que para el Califa solo soy un tesoro, y no se da cuenta que soy alguien que necesita simplemente ser amada. Que tengo sentimientos, y que la belleza que Dios me ha dado solo me hace ser alguien que miran de lejos, pero a la que nadie le habla.
Bueno, lo que aconteció después esta en el tiempo y después de tanto narrarla, difíciles de explicar en pocas palabras.
Se dice que volvieron a verse, durante muchas noches antes de que llegara la madrugada, y que incluso una noche, el silencio y la luna se sorprendieron por el sonido de un beso y una caricia que se daban.
Y así un día, al llegar la mañana, se dice que ella no estaba, que la buscaron por uno y mil sitios, y que no le encontraban.
De Amed nadie dijo nada, pues se pensaron que como hacía poco había salido hacia una incursión contra los piratas en un bajel una noche, unos dicen que murió ahogado por un golpe de mar, otros que se perdió en la batalla.
El caso es que de ella el Califa solo encontró un velo en la ventana, una extraña flor y la noche que le fue a ella para desaparecer, su aliada.
El Califa monto en cólera, mando buscar, buscar y rebuscarla. Mandar a todos sitios espías que algo le comentaran, pero nada, solo quedo allí en el palacio, junto a esa extraña flor que parecía no se marchitaba, y un velo que encontró en la ventana.
Mando que se cerrara para siempre, que nunca más mirar por ella se lograra, y que de ella, de su preciado tesoro, de la más bella entre las bellas, jamás se hablara. Que la muerte seria poco, si alguien la nombraba, y el Califa quedo allí triste y lleno de furia pues se dio cuenta que en el fondo, ella era lo que más amaba, y que la había perdido una noche por no verla como algo más de sus cosas, en vez de atenderla y amarla.
Y queridos amigos y amigas que me escucháis, os puedo decir que de ella nunca más se supo, y que nunca aparentemente su historia fue contada, pero si he de seros sincero, alguien dice que aún en estos días, hay mujeres menudas, de ojos oscuros como la noche más cerrada, y que sus cabellos son negros y como caricias de aquella noche en la que ella y Amed hablaban.
¿Serán estas descendientes de ella?, Si ya sabéis ella, la nunca más fue nombrada……..


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