¿QUE QUIERES QUE TE HAGA?


La mujer lo miraba con reverencia y temor, dócil y sumisa; permitió que las manos de su amado subieran por sus piernas descubriendo la carne de sus muslos y sus caderas. Continuó subiendo la tela y descubrió su vientre y sus pechos y Raquel alzó los brazos para que pudiese retirar por completo el vestido negro de gala. Se miraron a los ojos, ella estaba nerviosa, emocionada y asustada, pues no era la primera vez que estaba con ese hombre. Quizás era precisamente la emoción de lo que iba a ocurrir lo que la excitaba, más que sentir las caricias de aquel caballero que la buscaba desde años atras, y al que por fin no supo negarse.

Recorrió sus labios y sus pómulos con la yema de los dedos; con la otra mano acarició uno de sus torneados muslos, siguiendo la línea de su ropa interior hasta tocar la carne de su trasero. Tiró suavemente de la prenda, deslizándola por sus piernas, aprovechando para acariciar sus rodillas. La mano que tenía libre rozó uno de sus pechos, la sensible punta erizada de placer, que provocó un escalofrío en ella. Súbitamente, con una fuerza que Raquel no le creía capaz, la levantó en vilo para sentarla sobre la mesa. Entonces sus dedos tocaron sus mejillas, su cuello, y con el índice y el corazón, Alexander presionó sobre su cuello para senitr los latidos de su corazón. Sonrió de forma enigmática y lentamente, acercó los labios a la boca de Raquel. Depositó un beso húmedo y lascivo que nubló los sentidos de su amante, con una mano acarició su cabeza y la acercó a él sin dejar de besarla. Su otra mano, más atrevida, descendió por sus pechos, su cintura y su entrepierna. Primero tanteó, antes de tocar con más descaro, con la clara intención de meterse entre sus muslos.
Ella suspiró y separó un poco las piernas para darle espacio, tan entretenida como estaba besándolo no le importaba en absoluto que él profanase su sagrado templo sin permiso. Apenas un segundo después, los dedos encontraron el camino húmedo que buscaban y presionó. Ella suspiró quedamente entre sus labios al sentir sus libidinosas caricias, se aferró a sus hombros y devoró sus labios. Alexander, sin dejar de frotar su sensible humedad, la tumbó cuan larga sobre el ancho del escritorio y en el mismo movimiento acarició sus piernas, separándolas cuidadosamente para tener una vista perfecta de su sexo y sus dedos atrapados en su interior.

Hizo presión y ella se estremeció. Mientras la complacía, observaba sus reacciones. Raquel arqueaba la espalda, suspiraba y gemía, y él se deleitaba con sus movimientos, notando la humedad de ella deslizarse por el dorso de su mano. Con el pulgar tocó el nacimiento de su sexo, el lugar justo dónde todo se nublaba para ella y al mismo tiempo, dos de sus dedos penetraban y le daban placer. Ella cerró los ojos con fuerza y se ocultó el rostro con los brazos, suplicando quedamente que fuese más despacio. La complació y lentificó sus movimientos, la notaba cada vez más excitada y a punto de perder la razón. Apretó los dedos contra su sexo y ella gimió, pero en lugar de seguir moviendo la mano, se detuvo.

¿Qué quieres que haga? - le preguntó en un susurro. Ella profirió un suspiro, pero no respondió, no se veía capaz de pedirle nada en ese preciso momento, le temblaba todo el cuerpo, sus pechos ardían de deseo y su sexo palpitaba al borde del éxtasis. Murmuró algo que él no pudo entender, así que lentamente fue retirando la mano. - No te oigo - la azuzó con una sonrisa traviesa. 

Dímelo. ¿Qué quieres que haga?- insistió rozando la entrada de su cavidad, a punto de abandonarla del todo. Ella negó con la cabeza, se mordió los labios y cerró los muslos para evitar que se marchase.


¿Y una vez desnudo, qué quieres que haga? - ronroneó volviendo a la carga. Ella, frustrada y avergonzada por aquel juego estúpido, lo apartó de un empujón, y él no pudo evitar dejar escapar una risa. Entonces la besó de verdad. No como lo había estado haciendo antes, sino de esa forma tan apasionada que acabó por asfixiarla. 

Ella tuvo que apartarse para poder coger aire, con un suave movimiento él le separó las piernas y se acercó al borde de la mesa. Ella sintió las caderas desnudas rozar la cara interior de sus muslos, lo que significaba que ya no había vuelta atrás. Con las dos manos, Raquel se aferró a la espalda del hombre y aguantó la respiración. Él acarició sus piernas y sus brazos, acercándose cada vez más. Besó su cuello, sus hombros y cuando ella suspiró distraída, se fundió con ella. La impresión la hizo ahogar un grito y se tapó la boca con una mano. Alexander la tumbó de nuevo sobre el escritorio y se acomodó a su entrepierna, observando el cuerpo desnudo de su amante henchido de placer. Muy despacio, empezó a moverse y poco después fue correspondido, pues ella empezó a seguirlo. Acarició sus pechos, su cintura y sus piernas, viéndola deleitarse. No había razón para seguir atormentándola con preguntas, no era solo lo que ella deseaba, él también ansiaba sentir el calor de su interior...


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