ERASE UNA VEZ EL AMOR CONDICIONADO
“Estuve intentando un tiempo pero ya sabes que cuando el amor se apaga es más frío que la muerte. Lo malo es que los dos extremos no se apagan al tiempo y cuando eres el extremo que sigue activo más te valdría estar muerto”.
“No siempre fui bueno con ella, más bien era un hijoputa. La amaba tanto y no sabía qué hacer. En vez de darle lo que sentía, de llenarla con ese áspero amor, me lo tragaba. Es algo que todavía no entiendo: su amor me llegaba fácil, en cambio el mío no fluía hacia ella. Creo que su amor reprimía el mío. Ella y su amor formaban una sustancia espesa y mi amor y yo nos quedábamos atascados, entonces me volvía una furia y ella no podía entenderlo. La traté mal muchas veces porque estaba desesperado pero la quería más que a mi vida y cuando ella se fue mi vida se apagó (…) No había dejado de amarme pero su amor estaba enfermo y no soportaba mi presencia. Vi todo el dolor en sus ojos, todas mis traiciones y mentiras, yo era la persona entre ella y yo, el rival imposible. Entonces, cuando ya no importaba, estalló mi amor: su amor enfermo no hacía resistencia y el mío fue hacia ella como un rayo pero ella estaba cerrada. Y mi amor se quedó conmigo y hubo gotas de silencio. Ella se alejó y yo entré al cuarto frío, el menos florido de todos los manicomios y todavía no salgo”.
“Este es el axioma: entre dos siempre hay uno que apesta (…) Uno quisiera que las personas fueran como uno imaginan que son, uno se empeña en hacer de las personas lo que uno quiere que sean (…) Así pretende hacer uno con las personas, convertirlas en personajes que deben actuar a nuestro antojo”.
“Es bueno estar con quien amamos pero eso no significa que ella sienta nuestro amor, significa que quizá nos ama. Uno siente calor, fatiga, sueño. UNO. Nadie siente el calor, sueño o fatiga de otro. Dos jamás harán uno: eso sólo sirve para vender de tarjetas de San Valentín y punto”.
“Ortega, el poeta-profesor, sostiene que el artista es un pequeño dios cuya altanería es un dolor que lo hace pedazos. Recoger cada pedazo es su oficio. Un oficio sórdido, inútil y extenuante: sórdido porque vives en un manicomio. Extenuante porque son demasiados. Inútil porque jamás los encontrarás todos. Ortega tiene razón, el pedazo más valioso no quiere saber nada de mí”.
“De la película El río que corre profundo, me había quedado flotando una idea relativa a que quizá nunca podamos entender totalmente a alguien y menos a los más queridos pero podemos amarlos totalmente. En mi opinión, amar a una persona quizá sea más fácil que entenderla pero mucho más peligroso porque el amor siempre duele. Uno trata de entender a alguien pero no puede tratar de amarlo. El amor surge involuntario. El amor puede aumentar o bajar hasta diluirse pero no puede imponerse. A veces nos gustaría amar a determinada persona, incluso podemos comprobar que la persona tiene todos los atributos para que la amemos y no ocurre. Uno se acostumbra a cualquiera con mayor o menor trabajo pero acostumbrarse no es amar. No sé si pienso lo correcto o si mis ideas son absurdas pero tiendo a creer que el amor existe, que es una invención del hombre y que ahora está fuera de control!”.
De Érase una vez el amor pero tuve que matarlo, de Efraim Medina Reyes (Cartagena de Indias, 1967)
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