LA INDIFERENCIA.



Dicen los orientales que el aleteo de una mariposa en un hemisferio puede producir un huracán en el otro

A menudo creemos que ser indiferente es una actitud pasiva que consiste en no hacer una acción, por ejemplo, no elogiar a nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos, no compartir sus inquietudes y problemas, no manifestarle nuestro cariño.

Sin embargo yo creo, que la indiferencia no consiste sólo en dejar de hacer algo, también consiste en dañar mediante la ausencia de nuestra intervención allí donde nuestra intervención sería esperable, todos esperamos algo del otro y el otro también espera algo de nosotros. 

Cuando esa espera se ve frustrada, la relación se resiente. Por ejemplo, llegar tarde a una cita, hacer aquello que se sabe que al otro le molesta, desoír sus reclamos, son actitudes que pueden también encuadrarse dentro de la indiferencia porque tienen como rasgo en común las demandas o expectativas del otro.

Contrariamente a lo que creemos, no hacer algo que sería esperable es hacer algo que daña de manera seria una relación, pocas son las personas capaces de percibir que la indiferencia no es una actitud pasiva, sino muy activa y que cuando se instala en cualquier relación afectiva ésta se convierte en algo tóxico que la daña seriamente, pero en pequeñas dosis.

Saber detectarla a tiempo es importante para poder aplicar el antídoto adecuado a ese poderoso tóxico, pero si la indiferencia ya se ha instalado no hay que desesperar, siempre se está tiempo de revertirla a menos que nos dejemos llevar y caigamos en una cómoda situación donde pensamos que las cosas de los afectos no son necesarias explicarlas con palabras. 

Hay relaciones afectivas en el que sólo es uno el que sufre de manera reiterada la frustración de estrellarse contra un muro de silencio e indiferencia que no puede interpretarse de otra forma que como una manifestación de desamor, deslealtad, y desafección emocional aunque no lo sea. 

Sin embargo, la indiferencia es como un río caudaloso que termina por arrastrar también al otra parte de la relación que en un principio no era indiferente pero cansado de “darse la cabeza contra la pared” una y otra vez, termina por convertirse en indiferente con el fin de protegerse. 

De todos modos ya sea cosa de uno o de dos, siempre es un problema de ambos miembros de esa relación, aunque sea sólo uno el que manifieste las características más evidentes de esa actitud afectará por igual a los dos extremos de la relación, aunque la percepción sea distinta.

La indiferencia tiene grados que pueden ir desde el más leve en situaciones precisas, a un bloqueo total del interés por la vida del otro que abarca desde sus sentimientos, su trabajo, sus planes de futuro, sus sueños, es preciso estar muy atento a los pequeños indicios para poder detectarlo y así evitar el inicio de una ruptura si no física tal vez psicológica.

La indiferencia es un silencio que “hace ruido” de parte de uno o de los dos integrantes de una relación, ante hechos en los que serían esperables palabras de aliento, es no estimular ni sentirse estimulado por el otro, es la falta absoluta o casi de reclamos de afecto, la ausencia de planes en común, es tambien descuidar afectivamente al otro con nuestra falta de interés, rencores, deudas pendientes, que son en su mayoría insalvables y casi siempre percibidas como una actitud de desamor.

El peligro es que, con el tiempo, cuando esta situación persiste, la indiferencia se convierte en algo natural y cada uno termina por no esperar nada del otro. incluso compartiendo el mismo espacio no sólo físico.

Cualquier relación afectiva en la que hay indiferencia es una relación que ha congelado sus sentimientos, que posiblemente esté a la espera de mejores oportunidades por razones muy diversas que materializa situaciones tan obvias como decidir vivir haciéndonos los sordos, así este sentimiento se convierte en un refugio en el que atrincherarse, quiza le ponga a salvo del otro.

La indiferencia esconde un alto grado de toxicidad, cualquier relación afectiva puede convivir mucho tiempo, incluso toda la vida manejando este tipo de sentimientos pero, pasados ciertos límites de permanencia e intensidad esa relación dejará de ser tal, aunque siga junta.

La indiferencia es un sentimiento destructivo porque genera una situación donde se somete al otro a un progresivo sentimiento de distancia y extrañamiento.  Cuando esa forma de relación subsiste a través del tiempo, quienes alguna vez dijeron sentir afecto o amor, terminan por convertirse en dos extraños con pocas cosas en común, salvo el espacio físico que comparten. 

Por eso la única opción que se me ocurre ante "el monstruo de la indiferencia" es intentar demostrar amor y cariño, con actitudes, palabras, cercania y afectos aunque el otro no los corresponda, pues en un principio, pueden ser un buen inicio de cambio, que muchas veces funciona.

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