CREO QUE LAS COSAS PASAN POR ALGO



No creo que la suerte exista. Al menos no tal y como nos la han vendido hasta hoy. Creo que las cosas pasan por algo, aunque muchas veces no les encontramos el sentido, no sabemos interpretarlas o no queremos porque nos duele demasiado. Todo lo que nos va pasando y decidimos nos ver, no sentir, no escuchar, se acumula en nosotros y se nos dibuja en la piel o se nos queda retenido esperando que llegue el momento.

Nos han educado para esperar castigos divinos si hacemos algo que otros creen que está mal o que vulnera un código ancestral, aunque para nosotros ese código sea en si mismo un castigo. Nos da miedo ser felices porque, en el fondo, creemos que deberemos dar algo a cambio, perder algo, como si estuviéramos destinados a sufrir y la felicidad fuera una provocación, un ritual irreverente que debemos pagar caro, porque nos han educado para no salir de las líneas marcadas ni explorar nuestra capacidad de ser libres. 

Nos han pedido que caminemos cada día por el mismo sendero, con la cabeza gacha para no desafiar a los dioses a esperar un golpe de suerte. Aunque ese tipo de suerte cuando llega es efímera, porque no sabemos usarla o nos asusta tenerla entre las manos porque nos han dejado claro que nadie que no haya hecho un mínimo esfuerzo para conseguir algo, sabe cómo manejarlo. Porque nos han insinuado que esa suerte nos pertenece y no pararemos hasta que no la malgastemos con la torpeza del que no sabe usar lo que no le está destinado.

Tal vez la suerte sea más cuestión de saber darse cuenta de dónde están las oportunidades, que a veces nos llegan disfrazadas de conflictos y aprovecharlas. Una tarea complicada porque esas oportunidades no son a menudo cómodas ni fáciles, exigen esfuerzo y renuncia, quiza la suerte sea hacer mil veces algo de muchas maneras distintas hasta que descubres cuál es la forma correcta o la soñada, practicar para vivir, darte cuenta de cuando cambiar y cuando aceptar y notar cómo eso te cambia también. Saber esperar, una espera activa, sin perder comba ni espíritu. Dejar pasar falsas oportunidades también que te ponen a prueba y que te llegan en forma de regalo maravilloso. Al final, quizás lo que convierte cualquier experiencia en una oportunidad es nuestra forma de verla, nuestra actitud. Los problemas son oportunidades, a menudo, cuanto más grandes, más recompensa supone superarlos. Por lo que, visto así, todo es una buena oportunidad. Y la suerte prevalece en todo, tan sólo hace falta mirarla con ojos nuevos y agradecidos y estar dispuestos a exprimirla hasta la última gota.

Tampoco lo bueno tiene porque ser complicado, deseas algo y lo pides. Aunque a menudo no nos atrevemos a pedirlo, porque pensamos que no nos pertenece o que otros lo verán como una osadía o una impertinencia. El problema no es cuando llega a ti algo bueno y fácil y piensas que es un golpe de suerte, eso es bueno. El problema surge cuando esa facilidad establece que tienes que dar a cambio algo que se interpone entre tú y tus valores. En ocasiones, no hay caramelo más envenenado que tener suerte de haber ganado la carrera sin saber por qué, ya que no has aprendido nada de ello y no sabes si podrás repetirlo.
Tal vez, la suerte, esa suerte facilona de los cuentos de hadas y princesas, la de las loterías y las comedias románticas exista sólo fruto del azar y haya personas tocadas por la magia, quizás también haya varios tipos de magia. La que te llega un día, cuando entre una multitud topas con unos ojos que te calan por dentro y sacuden y agitan, y la magia que dibujas tú. Esa que sucede cuando dejas el camino marcado,  y decides que no te importa lo que digan los demás y que quieres descubrir por ti mismo hasta ver dónde puedes llegar. La magia del empeño, de la actitud y de la voluntad. La magia de los que van a contracorriente. Cuando vas a contracorriente encuentras respuestas que otros no encuentran y te haces preguntas que otros no imaginan.
Quizás la suerte es insistencia, impertinencia, osadía, cierta locura para imaginar lo que otros antes no han imaginado o no se han atrevido a soñar. Tal vez sea una fe gigante y una confianza enorme en ti mismo y tu capacidad de maniobrar por la vida corazón en mano y con ganas de tocar tu cielo particular.
Quizás sea tu propia forma de ver la vida y salir en su busca, quererte lo suficiente como para creer que mereces lo mejor y no parar hasta sentirte entero, creer en ti.
Tal vez la suerte sea una excusa a la que aferrarse para empezar, un amuleto en forma de trébol de cuatro hojas, un punto de apoyo desde el que mover el mundo, como Arquímedes. Tal vez, la suerte sea esa confianza en nosotros mismos que necesitamos, porque quizás ya tenemos mucha suerte y no sabemos darnos cuenta.

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