UN PUÑADO DE RECUERDOS
Soñar que vuelas al final del camino y que no te quede aliento. Dormir notando que duermes. Bailar sin notar que bailas.
Acariciar su cabello fosco y seguir con la mirada la curva de sus pestañas oscuras en su piel cetrina. El vaivén de las olas rozando mis piernas en la playa.
La arena caliente de media tarde bajo sus pies, el sol que se retira hasta mañana cuando sabes que habrá más.
El primer día del verano más largo que recuerdas. Esa sensación de eterna libertad.
Todas las palabras que te han quedado en la punta de la lengua, a veces por suerte y otras veces por desgana.
Esa foto ya casi sin color que te golpea el estómago cada vez que la miras porque te sientes otra persona, en otro tiempo, con otra conciencia y otra mirada. Cuando le deseas tanto que casi le tienes sin tocarle y sabes que lo nota y también lo desea. Cuando os acariciáis con las pupilas y os habláis con la mirada.
Aquel tiempo en que aún parecía que ibas a ser la princesa del cuento de hadas, ese beso que ensayaste cien veces y nunca diste como tu hubieras querido por miedo a volver a caer, pero que sigue siendo tan tuyo como si fuera real.
El día en que el predictor dice sí y te invadió una sensación maravillosa de pánico y ternura difícil de explicar.
Esa tarde en la que paseando encuentras a un viejo amigo y prometes no volver a perderle.
El instante justo en el que crees que serás capaz de cumplir esa promesa.
Cuando caminaste sobre brasas y mataste al dragón para que se diera cuenta de que existías y aún así no pudo verte. Los cinco minutos después de saber que él también te quiere, ese estallido inmenso, mezcla de placer y jubilo.
El mensaje secreto de las hojas rojas y ocres del otoño cayendo sobre el camino y dibujando formas absurdas que solo tu ves.
Ese sorbo de agua fresca en el día más caluroso de tu vida, cuando todo tenía arreglo y parecía estar a tu alcance, cuando te sentías inmortal.
Ese ataque de dignidad que te permitió demostrar que podías. Esas notas musicales que alimentan tu alma y pellizcan tu tripa, hiriendo corazones rotos.
Todas las pasiones de ascensor que has imaginado y que hiciste tuyas, ese día que fuiste capaz de pasar página y te sentiste más grande. Lo poco que duró esa sensación pero lo inmensa que fue.
Chocolate a escondidas… Cualquier cosa a escondidas que haya quedado prohibida o vetada.
El final del día, ese color malva en el cielo y esa mirada en sus ojos que invitaba a compartir.
La punzada de ese momento en que supiste que ya no estaba y te diste cuenta de que la vida es cortísima. Cuando descubres la viga en tu ojo y no eres capaz de encontrar paja en el ajeno.
Un domingo de abril, hace casi treinta y tantos años, que te sentías radiante sin saber por qué, esas horas que lo fueron todo, ese y todos los días que has sido inexplicablemente feliz sin poner barreras a tu entusiasmo.
La primera vez que te llama "mamá" y el corazón se hace tan grande que crees que estallará en mil trocitos e inundarán el universo.
Esa y todas las primeras veces para todo, las dolorosas y las maravillosas. Las que quieres olvidar y las que han quedado esculpidas en tu cabeza para siempre.
Las sombras de la pared de madrugada, las casas con tejado rojo y paredes blancas con olor a sal y paisajes de metal.
Tesoros en los rincones de las cajas viejas y castillos en el aire. Cuando los mares eran de papel de aluminio y todo podía sujetarse con alfileres en un mural de corcho.
Un plato de sopa caliente una noche de invierno. Las manchas de las baldosas de la cocina de color amarillo y de patrón incierto que te embobaron pensando en él.
Ese minuto antes de que tu ropa caía a sus pies y tu todos los minutos que vinieron después, cuando notas que la fiebre baja y el pulso se calma, besar su cuello y quedarse dormida.
Esas interminables cartas de madrugada soñando posibles y marcando la cuenta atrás en un reloj de arena.
Lo fácil que fue conseguir entrar. Lo necesario que fue salir. Lo mucho que te costó darte cuenta. Esa noche tan larga de pequeños rezos suplicando imposibles.
Todas las primeras tazas de café con leche de todas las mañanas de tu vida, también los cuentos al oído de todas aquellas noches.
Todas las lunas de fieltro, los soles de cartulina con barquitos de velas blancas y nubes de algodón.
Cuando notas que hacerle feliz te hace inmensamente feliz, pero sabes que se acaba y no puedes soportarlo.
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